Santiago Villarreal Cuéllar
El viernes 18 de marzo de 2015 celebramos en todo el país la Quinta Cumbre Por La Paz. En la ciudad de Pitalito Huila, en el Centro Cultural de esta ciudad, la Universidad Abierta y a Distancia Unad realizó este importante evento con la nutrida participación de muchísimas personas.
Me permito transcribir la ponencia que presenté al numeroso auditorio.
EL PAPEL DE LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN EN EL POS-CONFLICTO
BREVE HISTORIA DEL COMFLICTO ARMADO
EN COLOMBIA
“Tirofijo” trata de salir del país con rumbo a Cuba.” Titular del diario El
Tiempo del día 15 de abril de 1964. “Habría muerto ‘Tirofijo.’” Titular del
diario El Tiempo del 27 de diciembre de 1964. “Parece ser un hecho la muerte de
‘Tirofijo’.” Otro titular del El Tiempo del 05 de enero de 1965. Así titulaba
el principal diario del país, históricamente al servicio del establecimiento y
de las grandes empresas que han dominado el país en los últimos cien años.
Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez, bajo el mote de
“Tirofijo,” jamás salió del país y nunca murió durante los cruentos combates que
por más de cincuenta años libró contra las fuerzas armadas. Su deceso acaeció
en las selvas del departamento del Meta el 26 de marzo de 2008, debido a una enfermedad
natural.
Nacido en Génova Quindío en 1928 o 1930, Pedro Antonio Marín Rodríguez,
hijo de familias liberales gaitanistas, se vio obligado a huir al monte durante
la cruenta represión desatada durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez,
después de la muerte violenta del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán. La
persecución por parte de para-militares (policía “chulavita”) ordenada desde el
alto gobierno contra los liberales en todo el país, alcanzó a la familia Marín,
asesinando al padrastro de Pedro Antonio, lo mismo que a tres de sus tíos. Esta
acción violenta, motivó al joven Pedro a huir a las montañas de la cordillera
central entre los departamentos del Quindío (antiguo viejo Caldas) y el Valle.
Acompañado de un radio transistor desde el cual sintonizaba las noticias
diarias que parcialmente contaban sobre la violencia, Pedro Antonio permaneció
aislado (enmontado decía él), durante seis meses, aguantando los rigores de las
frías montañas, pero complacido de escuchar todos los días el trinar de las
aves, el ruido ocasionado por los monos que balanceaban sus ágiles cuerpos en
las ramas de los frondosos árboles; la hojarasca que sonaba y se movía ante el
paso de serpientes verdes; y contemplando la caída de las cristalinas aguas de
una hermosa cascada sobre las rocas envueltas en verdes líquenes.
Aburrido por esa situación el joven mandó a llamar a sus más cercanos
familiares (primos hermanos) y los convenció para que compraran algunas
escopetas y revólveres y organizaran un pequeño grupo de autodefensa para poder
hacer frente a las fuerzas conservadoras, que continuaban sembrando el terror a
lo largo y hancho del país.
Allí nació la primera guerrilla colombiana que comenzó como autodefensa
campesina y con el correr de los años se convirtió en todo un ejército irregular
que llegó a poner en jaque al establecimiento defendido por las fuerzas
legítimamente constituidas.
Al igual que Pedro Antonio Marín, miles de mujeres y hombres de nuestra
bella Colombia, empuñaron armas como única vía, primero para defender en muchas
ocasiones su propia vida, y segundo para huir de la violencia intrafamiliar, la
persecución de vecinos, o sencillamente para asegurar su subsistencia en un
país donde la miseria, el hambre y la desigualdad social arroja a sus hijos al
exilio, a las calles a vender cualquier cosa para sobrevivir, o a las cárceles
por robar cualquier objeto para poder llevar comida a su familia.
Debo decir que después de la década de los ochenta, diferentes grupos
guerrilleros empezaron a reclutar a la fuerza a muchos adolescentes de ambos
sexos para engrosar sus ejércitos, creando un sentimiento de repulsión y odio
por parte de aquellas familias que fueron
obligadas a entregar a sus hijos a la “revolución.”
No estoy justificando de ninguna manera la acción armada como camino para
reivindicar los derechos fundamentales y sociales de nuestro país. Por el
contrario, soy enemigo y nunca he comulgado con la lucha armada desde ningún
punto de vista. Pero quiero señalar que si en las fatídicas décadas de los años
cuarenta, cincuenta, y sesenta, Colombia hubiera caminado por la senda de
profundas reformas sociales y económicas, no solo habríamos evitado la sangrienta
guerra, sino que hoy ocuparíamos un alto lugar en el escenario internacional,
siendo quizá el país más próspero y equitativo de la región latinoamericana, y
no sentiríamos vergüenza de ser la nación más desigual del continente después
de Honduras.
Por esa razón es necesario que los comunicadores sociales, periodistas y
demás personas cercanas a los medios, revisemos nuestra historia reciente, y
observemos con imparcialidad cuáles han sido las verdaderas causas de la
violencia en Colombia. Porque los medios al servicio del establecimiento,
pagados por las transnacionales y el mismo gobierno en su afán de no reconocer
su ineficacia a la hora de aplicar medidas económicas que mitiguen las
desigualdades sociales, sindican de toda culpa a los grupos que se alzaron en
armas, como única alternativa que les quedaba, primero para sobrevivir ante la
implacable persecución oficial y después para reclamar justicia social.
Que las guerrillas se desbordaron en su accionar violento, que dejaron a un
lado en alguna época de la historia reciente sus postulados y se convirtieron
en grupos al servicio del narcotráfico, o a robar y secuestrar, hace parte de
la dolorosa tragedia que constituyen las guerras en todas partes del mundo. Porque
ninguna guerra es perfecta, ni mucho menos buena, y en ella siempre perecen los
más humildes, los más ignorantes y los más débiles.
PROCESOS DE PAZ Y ENGAÑO A LOS COLOMBIANOS
Al finalizar la década de los ochenta, bajo el cruel gobierno de Julio
Cesar Turbay Ayala, donde se instauró la tortura institucional con el estatuto
de seguridad, los políticos habilidosos y oportunistas, incapaces, unos por
negligentes y otros por defender sus propios interese económicos y de quienes
los ayudaron económicamente a llegar al poder, descubrieron que la palomita de
la paz constituía una buena forma de engañar al pueblo.
Durante la campaña electoral de 1982, el ex presidente Alfonso López Michélsen,
que durante su mandato de 1974 a 1978, hubiera podido realizar la gran reforma
estructural que el país necesitaba, y continúa urgiendo, salió a las calles en
busca de la reelección con su campaña por la paz, el diálogo y la
reconciliación. Curiosamente Belisario Betancur, quien ganaría esos comicios el
30 de mayo de ese año, guardaba silencio al respecto. Pero tan pronto tomó las
riendas del poder, comenzó un proceso para iniciar negociaciones con todos los
grupos alzados en armas de la época. Para ello sancionó la ley 35 de amnistía
que fue aprobada por el congreso en noviembre de 1982. Se iniciaban los
diálogos de paz.
En el transcurso de los tres años siguientes, varios reconocidos
guerrilleros, especialmente del M-19, se desmovilizaron, acogiéndose a la nueva
ley. Los miembros de las farc, más desconfiados y prudentes, solo reinsertaron
unos pocos guerrilleros que iniciaron la construcción de un nuevo partido
político: la Unión Patriótica.
Los poderosos enemigos de la negociación y reconciliación no ahorraron
esfuerzos para destruir el andamiaje de la paz, y el gobierno tampoco inició
las reformas estructurales que permitieran un cambio y una equidad en la
distribución de las riquezas del país. Los grandes empresarios azuzaron a las
fuerzas armadas para cerrarle el paso a una verdadera paz entre los
colombianos. La toma del palacio de justicia por parte de la guerrilla del
M-19, dio la razón a los reaccionarios y la paloma de la paz fue herida de
muerte.
El siguiente gobierno de Virgilio Barco Vargas, inició la más cruenta
persecución a quienes simpatizaban con la negociación y el diálogo. Desde el
alto gobierno se ordenó a las fuerzas armadas constituir grupos para-militares,
comenzando el más grande genocidio contra los militantes del partido de
izquierda Unión Patriótica. Pero paralelo a esa demencial carnicería humana, en
pueblos y ciudades se recrudeció la violencia con la mal llamada limpieza
social, consistente en asesinar indigentes y toda persona que hubiere sido
sindicada de cometer delitos comunes.
El sur del Huila no fue la excepción y en el histórico sitio llamado
Pericongo, donde el río Magdalena serpentea torrencial en el profundo cañón,
sus bravías aguas recibían a diario víctimas, llevadas hasta allí y asesinadas
con sevicia por los esbirros del establecimiento para-policial o para-militar. Para
las familias de estas víctimas no han existido comités de derechos humanos,
personerías, ni procuradurías que reivindiquen sus derechos.
Una gran deuda tiene el estado colombiano con las familias de estos
muertos, muchos de ellos arrastrados por las caudalosas aguas del río y nunca
encontrados sus restos, y otros enterrados como N.N. en el cementerio de
Altamira. Estos homicidios y desapariciones forzadas, permanecen en la más
completa impunidad.
Los sucesivos gobiernos de Cesar Gaviria Trujillo y Ernesto Samper,
continuaron dando vía libre a los grupos para-militares, para que desalojaran
los frentes guerrilleros de zonas geográficas estratégicas del país. El
Magdalena Medio, con sus ricas tierras dedicadas a la ganadería; la zona del
Urabá antioqueño donde las transnacionales bananeras han tenido su asiento
desde hace más de cien años; Barrancabermeja, por su refinería y puerto
petrolero y las inmensas zonas ganaderas de Córdoba, Sucre y Cesar.
Sin embargo, durante esta década de los noventa, la guerrilla de las farc
logró un inmenso crecimiento, no solo de su recurso humano, sino bélico y de
control de extensas zonas geográficas de los territorios nacionales. Al aliarse
con los cultivadores de coca, su crecimiento económico le permitió financiar
sus operaciones y cambiar las estrategias militares. Pasó de ser un grupo
defensivo a ser una guerrilla ofensiva, propinando duros y dolorosos golpes a
las tropas militares, mal armadas y mal entrenadas.
El cerrado círculo dominante reunido en exclusivos salones del norte de
Bogotá, mientras degustaban caviar y lo bajaban con whiskies, vislumbró que su
establecimiento corría serio peligro. En las fronteras de la fría Bogotá
merodeaba la guerrilla y solo faltaba una acción intrépida para tomarse el
poder, o al menos llegar al histórico palacio de Nariño, centro de operaciones
de esa burguesía dominante.
Que mejor estrategia que retomar el discurso de la paz, dejado años atrás
por los otros gobernantes. Andrés Pastrana, en un acto casi de aventurero
juvenil, se reunió con el legendario “Tirofijo” en las templadas llanuras del
Caquetá, prometiendo que bajo su mandato se iniciaría el proceso de paz.
El viejo guerrillero que no era ningún torpe, le cogió la caña a su
interlocutor y apoyó semejante oferta, a sabiendas que no era sincera, ni
llegaría a ninguna parte.
No es necesario recordar los episodios de ese fallido proceso, que no
fracasó por falta de voluntad de las partes, sino que constituyó solo una
estrategia del gobierno para tomar un respiro, e iniciar el Plan Colombia y
dejar a su predecesor las herramientas para combatirlos con toda su fuerza y
crueldad.
Aquí es donde los medios de comunicación han jugado un decidido papel para
ilustrar o engañar al pueblo colombiano. Para los grandes medios al servicio de
las transnacionales, la culpable del fracaso de los diálogos fue la guerrilla.
Para quienes observamos objetivamente estos procesos, al pueblo simplemente se
ha venido engañando con el discurso de la paz y la guerra, mientras los
gobiernos continúan amañando intencionalmente las grandes reformas que necesita
el país, y los miembros de esa élite gobernante esquilman los dineros del
erario público para llenar sus faltriqueras. Pero de este tema hablaremos más
adelante.
Después del engaño de Pastrana, llegó al poder Álvaro Uribe Vélez con su
discurso de la guerra. Aprovechando los recursos bélicos dejados por su
antecesor, llegados por la firma del plan Colombia, desató la campaña militar
para tratar de arrinconar los grupos guerrilleros. No para para derrotarlos
como esgrimió en su campaña porque todos los políticos inteligentes son
sabedores que los alzados en armas luego de sesenta años de estrategia
guerrillera nunca serán vencidos por las armas. Lo hizo para mitigar un poco el
accionar guerrillero y defender los grandes terratenientes y empresas
petroleras que llegaron a expoliar los recursos naturales. La seguridad
democrática no fue para la mayoría de los colombianos que nunca han sufrido la
persecución guerrillera, sino para la misma minoría privilegiada dueña de los
grandes imperios económicos del país.
Como toda guerra, la patrocinada por el estado se desbordó y finalmente
terminó asesinando a humildes colombianos en lo que vergonzosamente se llamó
los falsos positivos.
Uribe hizo todas las triquiñuelas necesarias para hacerse reelegir y lo
logró para un segundo periodo. La misma oligarquía que lo ayudó a llegar al
poder, impidió por medio de la Corte Constitucional que continuará para un tercer
mandato.
La llegada del presidente Juan Manuel Santos, quien participó de la
anterior administración y es también responsable de todas las violaciones a los
derechos humanos, cambió su discurso y abrió los caminos para la negociación y
el dialogo con las farc.
Desde el comienzo de esos diálogos fuimos los primeros en brindar nuestro
modesto apoyo. Desde las diferentes columnas en varios medios escritos,
radiales y virtuales, hemos acompañado al gobierno en estas difíciles
negociaciones.
No ha sido en cambio la actitud de grandes medios y periodistas que han
atacado permanentemente este proceso. Naturalmente respetamos esas diferencias
aunque no las compartimos. Fuimos y seguiremos siendo optimistas sobre este
proceso que no dará marcha atrás.
Pero como periodistas dudosos del engaño permanente que por años se ha dado
alrededor de la paz, hoy también expresamos nuestras reservas.
¿La paz buscada con afán por el presidente Santos es para todos los
colombianos? ¿O es solo para ciertos sectores y ante todo para ese empresariado
comprometido con el proyecto neo-liberal? Porque Santos, al igual que Uribe,
parece más interesado en lograr la paz para ese minúsculo grupo de los dueños
de las mejores tierras del país. Santos y Uribe quieren la paz a su manera,
pero a los dos solo les interesa los dos mil trescientos hombres dueños del 53%
de las tierras aprovechables de la nación y de los 2.681 dueños del 58% de los
depósitos bancarios de Colombia.
Mi afirmación parte de la ausencia de proyectos de ley presentados por el
gobierno que permitan realizar una reforma estructural del país. No se ve la
voluntad política del presidente Santos de negociar el modelo económico
neo-liberal y por el contrario se ufana en afirmar que en la Habana no se está
negociando dicho modelo para dejar tranquilo al empresariado.
Tampoco se vislumbran reformas al nefasto sistema de salud que diariamente
deja morir cientos de colombianos en clínicas y hospitales. No está interesado en presentar un proyecto
de ley para llevar a cabo la reforma agraria que el país está solicitando desde
hace sesenta años y que constituye uno de los caldos de cultivo para incentivar
la violencia que hoy se negocia su terminación. No se ve la esperada reforma al
sistema judicial, hoy en su nivel más bajo de credibilidad debido a su
burocratización, ineficacia y parcialidad a la hora de hacer justicia. No se
observa la presentación de proyectos de ley que reformen estructuralmente la
educación, burocratizada, y permeada por la corrupción en cuanto a contratos de
alimentación y transporte escolar. Es verdad que durante este gobierno se han
hecho grandes inversiones a la educación, pero esto es como tratar de llenar un
costal con agua, pues muchos de esos recursos solo sirven para engrosar los
bolsillos de los alcaldes donde la educación está descentralizada y demás
funcionarios corruptos que contratan la alimentación y transporte escolar con
fundaciones que se quedan con el 60% de los recursos en detrimento de la
nutrición de la población escolar. La misma operación sucede en los
departamentos del país.
Temo entonces que este proceso, que está a las puertas de llegar a un final
feliz, no será para la mayoría de los colombianos, sino para tratar de desarmar
unos actores armados, mientras la mayoría del país seguirá esperando las
grandes reformas aplazadas por años, que traerán nuevas formas de violencia.
Aquí los medios de comunicación y quienes somos actores de los mismos,
debemos estar vigilantes para que dichas reformas empiecen a ser presentadas y
lograr que este importante proceso no solo constituya el desarme y
desmovilización de unos grupos armados, sino que redunde en beneficio de todos
los colombianos.
LA CORRUPCIÓN COMO MODA DE HACER
POLITICA
Hoy el principal problema que afronta el país, fuera de la desigualdad
social que permite que cientos de niños colombianos mueran de desnutrición, lo
constituye el mal, la pandemia que se puso de moda en todas las esferas del
poder: la corrupción.
En los últimos treinta años surgió el más vergonzoso estilo de hacer política
por parte de los partidos tradicionales, que permearon hasta aquellos
movimientos opositores que prometían alguna esperanza para los colombianos.
La corrupción comenzó el día que los actores políticos empezaron a invertir
cuantiosas sumas de dinero, generalmente el doble de sus ingresos que devengan al
ser elegidos para los cargos públicos, en sus campañas políticas.
¿Qué se puede esperar de un concejal, un diputado, alcalde, gobernador,
congresista y hasta el presidente de la república que gasta descomunales cifras
de dinero en su campaña para lograr el cargo? ¿Será que aman demasiado su
patria, departamento o municipio? Claro que no.
La historia de los últimos treinta años nos demuestra que todos estos
funcionarios elegidos, en su mayoría han robado el erario público. Los juicios,
sindicaciones judiciales o la simple apariencia de un funcionario público que
pasa de la pobreza a la riqueza después de ocupar un puesto, un escaño en
concejos, asambleas y congreso, demuestra su deshonestidad. El ejercicio de la
política sana no enriquece económicamente a nadie.
Después de lograr la paz y reconciliación entre los colombianos, la labor
de quien llegue al poder debe ser un combate decisivo contra la enfermedad más
grave de nuestro país, la corrupción.
Aquí los medios de comunicación juegan un papel fundamental. En los últimos
años han sido los medios quienes han denunciado los grandes escándalos de
corrupción de todo el país.
No ha sido así, desafortunadamente a nivel local. Porque el periodismo local
está supeditado a las migajas que los alcaldes de turno dan a ciertos
comunicadores.
Tenemos que volver a la ética profesional a la hora de ejercer el
periodismo. No podemos doblegarnos a la limosna oficial cuando sabemos que
algunas administraciones locales están robándose los dineros públicos.
Verdad es que en algunas regiones del país el periodista independiente no
tiene garantías para desempañar una labor objetiva. En varios municipios
colombianos, ciertos comunicadores han sido asesinados por denunciar, y esto
hace que cada periodista sienta miedo, que es un sentimiento natural de los
seres humanos.
Aquí en Pitalito, y sea esta la oportunidad para denunciar, no existen
garantías para el ejercicio del periodismo libre e independiente. En los
últimos 18 años, dos periodistas han sido asesinados, precisamente por
denunciar hechos relacionados con presuntos casos de corrupción.
El periodista Nelson Carvajal fue asesinado en el año de 1998, y la
periodista Flor Alba Núñez Vargas, cayó víctima de las balas asesinas hace
apenas seis meses. Ambos crímenes permanecen en la impunidad; los dos están
relacionados con móviles políticos, según la hipótesis que maneja la misma
Fiscalía General de la Nación.
Mientras los presuntos autores materiales e intelectuales de estos dos
homicidios permanezcan libres, en Pitalito nos asiste el temor de correr con la
misma suerte quienes hagamos denuncias sobre presuntos malos manejos
concernientes al erario público.
En Pitalito se percibe un ambiente de incertidumbre, de miedo, de terror
por parte de muchas personas, pues el más reciente de estos crímenes, el de la
periodista Flor Alba, permanece aún en completa impunidad. Por esta razón no
hay garantías para ejercer un periodismo libre, independiente y crítico frente
a las autoridades locales y regionales.
Pero no callaremos. Cuando tengamos la certidumbre de presuntos malos manejos
en temas que nos conciernen a todos, estaremos prestos a denunciar. Porque la
labor del periodismo debe ser esa, hacer de veedor ciudadano para que esta
terrible enfermedad de la corrupción no siga desmembrando nuestro frágil
sistema democrático.
FRENTE AL POS-CONFLICTO
Tengo la absoluta convicción que el proceso llevado en la actualidad con
las guerrillas de las farc, tendrá un rotundo éxito. Y si bien no culminarán
con la profunda reforma estructural que anhelamos los colombianos, por lo menos
avanzaremos un paso más para empezar a trabajar sobre ella.
Los periodistas y medios de comunicación debemos prepararnos para el
pos-conflicto. Es nuestro deber infundir fe y esperanza en quienes comenzarán a
caminar por este nuevo sendero de la reconciliación. Con esos actores armados
que le apuestan a la desmovilización, y que serán mal vistos por muchos
colombianos. A ellos debemos recibirlos con los brazos abiertos, sin malicia,
sin miedo, sin rencor.
Sabemos que no es fácil en un país donde el odio y la soberbia, carcome a
miles de compatriotas. Esa cultura de convivir con la violencia por más de tres
generaciones, debemos invertirla por una cultura de tolerancia, perdón y
reconciliación. El amargo sabor a hiel de esos corazones sedientos de venganza,
debemos cambiarlos por el dulce néctar del perdón.
En cuanto a los cuantiosos recursos que el gobierno nacional pretende
invertir en las zonas de conflicto, los periodistas libres e independientes
debemos estar vigilantes. Los mismos deben ser destinados para el uso
específico y no para desviarlos para otros propósitos, o en su defecto se los
roben como sucede con muchos dineros provenientes de la nación.
Aquí también nos asiste a los periodistas la necesidad de permanecer
alertas, difundiendo las cantidades de dinero que la nación invierta, y qué los
municipios o departamentos reciban; para qué se destinan y hacer un estricto
seguimiento sobre la inversión de los mismos.
Porque si permitimos que estas inversiones se dilapiden o se las roben, el
fracaso del pos-conflicto nos retrocederá a peores formas de violencia.
Finalmente quiero extender una respetuosa invitación a aquellas personas
aquí presentes, que tengan duda sobre el proceso de paz; aquellos que aún no
creen en este proceso, si los hay, para que confiemos plenamente.
Nunca antes un proceso de paz con una guerrilla ha estado más cerca de
lograr los objetivos como este. No obstante las críticas que he hecho al presente
gobierno, nunca antes un presidente como Juan Manuel Santos se había jugado su
prestigio frente a un proceso de paz.
Y nunca antes una guerrilla de la tradición de las farc, había llegado tan
lejos en un proceso de negociación. Ambas partes, tanto gobierno y guerrilla,
han tenido que ceder espacios que parecían irreconciliables y vencer obstáculos
frente a quienes se oponen al proceso y le apuestan al fracaso.
Pero en eso consisten las negociaciones entre quienes están en guerra.
Tanto el estado como los alzados en armas perderán muchos espacios y
privilegios de los que parecía imposible ceder. Pero lo hacen con nobleza, con
grandeza de patria, para que finalmente el ganador sea el pueblo
colombiano.
Pitalito, marzo de 2016.
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