Santiago
Villarreal Cuéllar
Ataques
contra la población civil, destrucción de la infraestructura petrolera y
contaminación de fuentes, quebradas, y ríos; daños ambientales; destrucción de
redes eléctricas; cientos de miles de familias colombianas padeciendo sin agua,
producto de la contaminación ambiental; asesinato de soldados, policías,
oficiales y suboficiales; todas estas tragedias juntas, atizadas por los
grandes medios de comunicación (cadenas radiales y televisivas), incitan a la
población civil a pedir la terminación de los diálogos de paz de la Habana. Para
los defensores de los derechos humanos, todos estos actos son reprochables y
condenables. Pero también reprochamos y condenamos la muerte en combate de
guerrilleros, campesinos inermes, asesinados en medio del conflicto. Muchos
colombianos lamentan y condenan solo la muerte violenta de miembros de la
fuerza pública, como si los guerrilleros y humildes campesinos no fueran
humanos; algo parecido sucedió en la época de la colonia, cuando nuestros
aborígenes, y después los afro-descendientes traídos por la fuerza del África,
no eran considerados humanos. Algo heredan los genes de esa nefasta era
colonial, no obstante haber pasado casi doscientos años.
Los
gritos histéricos de muchos piden retroceder a la represión militar para
combatir la guerrilla. ¿Acaso han podido acabar la insurgencia con represión?
¿Se olvidan que llevamos más de cincuenta años viviendo esta era de terror? ¿Logró
el gobierno de Uribe derrotarlos? No deben olvidar los desmemoriados que
durante los ocho años del gobierno de Uribe, la guerrilla se replegó a zonas
inhóspitas, prefiriendo no combatir; los militares en su afán de mostrar
resultados, terminaron asesinando más de tres mil personas inocentes en lo que
se conoce como falsos positivos, cuyos autores y determinadores deben ser
castigados porque este constituye un delito de lesa humanidad. ¿A esta era de
terror desean regresar quienes piden terminar el proceso de paz? ¡No! Los
colombianos civilizados, deseosos de poner fin a esta guerra absurda,
continuamos creyendo y apoyando el proceso de la Habana. No queremos dejar a
nuestros hijos un país en guerra; la guerra se termina dialogando.
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