Santiago Villarreal Cuéllar
Jaimito de ocho años perdió su ojo izquierdo cuando manipulaba un juego
pirotécnico, aparentemente inofensivo; a Carmelita de seis años le apuntaron
los deditos, índice y anular, porque al quemar dos totes le explotaron en su
mano; Agapito de cinco años fue más desafortunado, porque el rascaniguas que
pretendía quemar, estalló y le deformó todo su rostro, y como si fuera poco
perforó ambas vistas: quedará ciego de por vida.
Todos estos percances sucedieron el año pasado, justamente en plenas
fiestas navideñas, en cualquier país latino, donde la pólvora y sus derivados
son permitidos, y se venden en cualquier esquina. Estas desgracias no suceden
en Europa, ni en Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, porque en
esos lugares hace muchos años los juegos pirotécnicos a base de pólvoras
blancas fueron prohibidas sus ventas al público. En esas naciones ese tipo de
juegos los financia el estado, llámese nación, estado o municipios, y los
manipulan personas especializadas, no permitiendo que otros lo hagan. Muchísimo
menos los niños pues constituye un delito grave para los padres que permitan
que sus hijos tengan algún contacto con esta clase de explosivos.
La pólvora y sus derivados es una de las enemigas más peligrosas para
cualquier ser humano, pero para los niños constituye un peligro inminente. Los
padres irresponsables que permiten, o incluso compran estos artefactos a sus
niños, son unos criminales y merecen ser castigados por la ley. Pero claro, en
estas naciones subdesarrolladas como Colombia, todavía no existen leyes que
prohíban definitivamente el uso de la pólvora. Las alcaldías tampoco prohíben
su venta en tiempos navideños, que deben servir para prodigar felicidad a los
pequeños y no para que caigan en desgracia. También es cierto que hemos vivido
durante casi quinientos años bajo una cultura polvorera, porque la religión
católica, mayoritaria en nuestra nación, celebra sus fiestas patronales utilizando
cohetes y juegos a base de esa peligrosa enemiga. Corresponde a esta religión
cambiar su costumbre pirómana por otra que represente menos peligro para sus
creyentes.
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