Santiago
Villarreal Cuéllar
En el siglo del renacimiento, filósofos como Petrarca,
Tomás Moro, Bocaccio, Erasmo de Rotterdam, Francis Bacon, para citar algunos,
fueron perseguidos por el clero católico y algunos nobles de la aristocracia
europea. Su pecado: expresar las primeras frases para engendrar esa doctrina
conocida en el siglo de las luces como el Humanismo. Fueron excomulgados
Voltaire, Denis Diderot, Montesquieu, Rousseau y muchos enciclopedistas que se
atrevieron a diseñar lo que se conocería como los Derechos del Hombre, declaración
que parió el humanismo. De allí hasta nuestros días, mucha sangre ha corrido
por distintas partes del mundo, y cantidades de destierros para aquellos que
abrazaron esta doctrina. Tormentosos caminos ha tenido que atravesar esta buena
nueva, para lograr colocarse en el
pedestal de la historia. Europa tendría que soportar durante la segunda guerra
mundial, otra cruenta persecución contra los promotores de esta doctrina.
América Latina sí que ha aportado muertos y desaparecidos en defensa de los derechos
humanos, cuya madre es precisamente la doctrina humanista. Colombia no ha sido
ajena a esta cruel persecución, colocando un gigantesco grano de arena
sangrienta por parte de los creyentes en el humanismo.
Hago este breve recuento histórico, porque la destitución
y sanción impuesta al alcalde mayor de Bogotá, Gustavo Petro, por parte del
sacro-santo procurador Alejandro Ordóñez, agrega un perseguido más de esta
larga lista. Es que defender los “desechables,” (recicladores, indigentes,
drogadictos, prostitutas, homosexuales, lesbianas), constituye una ofensa
gravísima para las buenas costumbres de las clases acomodadas; también es
delito regalar a cargo del erario público 5 metros cúbicos de agua potable a
esa “chusma” de pobres que viven en los barrios marginados; cómo se le ocurre a este alcalde ayudar a los
zorreros, comprando sus caballos viejos y a cambio darles un pequeño camión
para reemplazar sus destartalados carruajes; y lo que es peor: atreverse a desmontar
las mafias de la recolección de basuras, quitándoles jugosos contratos y tratar
de estatizar el negocio. Esto es un sacrilegio para aquellos practicantes del
catolicismo ortodoxo, como el señor procurador, que en privado habla del reino
de la nueva granada y no de Colombia. Era preciso castigarlo ejemplarmente para
que los mandatarios futuros cojan escarmiento, y era necesario neutralizar este
pecador de Petro, para que ni se le ocurra aspirar a la presidencia.
Lo grave fue que esa turba enfurecida salió a las calles
y marchó hasta la Plaza de Bolívar, llenándola hasta reventar, para defender a
su protector. El jerarca de la disciplina guarda silencio sepulcral, mientras
la turba se prepara para no dejar sacar a su alcalde.
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