Santiago Villarreal Cuéllar
Cuando recibí las
primeras lecciones de catecismo mamá nos explicó que las almas de los difuntos
iban al cielo si el vivo fue bueno, al purgatorio si fue medianamente bueno y
al infierno si fue malo. Ella describía el cielo como un lugar maravilloso
donde los ángeles abanican las almas y las arrullan antes de dormir. El
purgatorio como un lugar caluroso con llamas de fuego y las almas padeciendo
sed. Un ángel suministra agua con gotero para mitigar el sufrimiento. El
infierno como un sitio donde las almas se muelen en trapiches para luego
arrojarlas a la paila mocha donde se cocinarán a fuego lento, mientras los
diablos bailan y toman licor sin descanso. Tuve la idea de a dónde van las
almas, pero nada sabía de su procedencia. Mi madre no sabía explicar ese
misterio.
Cuando me adentré
en los estudios de las ciencias humanas y sociales, conocí que no solo existía
el cristianismo como religión, sino que hay cientos de miles de creencias,
muchas de ellas antagónicas. Las politeístas que poseen varios dioses y diosas,
y las tres grandes corrientes monoteístas existentes que creen en un solo dios.
Para entonces ya tenía mis dudas sobre la existencia del alma, pero de todas
maneras investigué la procedencia de la misma. He encontrado incoherencia en
todas las creencias sobre el tema. Por ejemplo: para as religiones originarias
del libro de los Vedas o hinduismo, las almas viven en el eterno retorno. Para
ellos la reencarnación explica cómo cada alma regresa nuevamente a la tierra
tomando la forma de otro cuerpo, sea vegetal, animal o humano. Sin embargo, he
interrogado cómo se equilibra el surgimiento de nuevas almas pues la población
mundial aumenta cada día. Los judíos no creen en el alma. Para el islamismo y
cristianismo se explica con la creación. Si Jehová fue capaz de crear al hombre
de una pelota de barro, las almas puede fabricarlas soplando corrientes de aire. ¿O
no?
0 comentarios:
Publicar un comentario