Santiago Villarreal Cuéllar
La táctica
recurrente de militarizar pueblos y ciudades para mitigar la inseguridad es un
pilar de regímenes incapaces de solucionar las causas que originan la
delincuencia común. Antes de diagnosticar el origen del aumento de atracos, asesinatos
y demás delitos, se busca aumentar el pie de fuerza de policía, y hasta
destinar tropas militares para controlar el fenómeno delincuencial.
Al comienzo es
funcional, recibiendo piropos y aplausos de los ciudadanos víctimas de la
delincuencia. Pero con el correr de los días y semanas, cuando ese ejército
permanece en el barrio, calles y campos, se vuelve incómodo y fastidioso,
porque esa tropa termina atropellando, no a los delincuentes que son minoría y
generalmente elude los controles, sino a la ciudadanía honesta y laboriosa que
se cansa de requisas, retenes y controles excesivos. Además, la presencia de
tropas en campos y ciudades, espanta al turista cuando estas regiones tienen
como potencial esa valiosa industria. Los sitios turísticos siempre están
desprovistos de policía uniformada porque la presencia de tropas asusta al
visitante que asocia esta comparecencia como un síntoma de que algo anda mal.
El signo más claro
de un país, región o pueblo en particular donde aumenta la delincuencia común,
es la falta de oportunidades, el desempleo, la marginalidad social y el
divorcio del estado como principal motor de asegurar el bienestar de sus
súbditos. Los países donde la inseguridad es mínima o nula, son estados donde
los ciudadanos pagan altos impuestos pero estos se ven reflejados en el bienestar
de todos. Cuando uno ve naciones como Dinamarca, Suecia, Finlandia, solo para
citar pocos ejemplos, donde las cáceles están desocupadas y la presencia
policial es mínima, se da cuenta que allí nadie aguanta hambre, no hay
“habitantes de calle”, ni se ven niños durmiendo en los andenes, la salud y
educación es gratuita para todos los humanos, y existe un seguro universal que
pensiona a todas las personas al cumplir determinada edad, garantizando una
vejez digna
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