Santiago Villarreal Cuéllar
La horrible masacre donde asesinaron
cobardemente varios dibujantes y escritores del periódico satírico francés
“Charlie Hebdo,” demuestra una vez más la premisa de los intolerantes,
fanáticos y retrógrados: destruir a como dé lugar aquellas personas que se
atreven a criticar, cuestionar, examinar y pensar libre sobre los llamados
valores establecidos como verdades en una sociedad jerarquizada, excluyente,
dueña del poder y la riqueza en diferentes sectores. Pensar diferente, no estar
de acuerdo con las mayorías; investigar, filosofar y sentar bases distintas
siempre ha sido a través de la historia
un motivo para el destierro, el asesinato o el encarcelamiento de aquellos
herejes que se atreven a poner en tela de juicio las supuestas verdades. Sócrates
fue la primera víctima conocida en el eurocentrismo; Jesucristo murió
crucificado por cuestionar los preceptos judíos; muchos pensadores de la edad
media fueron a parar a las hogueras de la inquisición; los aborígenes de
América fueron horripilantemente apaleados y torturados por negarse a abrazar
la fe católica cuando el invasor llegó a estas tierras. Y en pleno siglo XXI,
diferentes credos fundamentalistas consideran pecaminoso criticar sus dogmas, su
fe, y sus más fanáticos esbirros recurren a la violencia y al asesinato,
creyendo con ello silenciar a quienes critican y cuestionan sus creencias. No
solo sucede con el pensamiento religioso, sino político, con el poder, y con
quienes acumulan grandes fortunas creyéndose dueños de la vida de las demás
personas. Ser librepensador continúa siendo peligroso en este mundo polarizado
y globalizado.
Es más fácil y cómodo para los periodistas
modernos acomodarse a las circunstancias que ser críticos; es más fácil y
cómodo que nos vean asistiendo a misa, cultos y participando de ritos
religiosos que en el fondo de nuestra conciencia no nos agrada, que quedarnos
en casa; más que cómodo es necesario si se es político de oficio porque es
necesario llevarle la idea a la mayoría que ir contra la corriente; es más
fácil y cómodo decir que el gobierno está haciendo las cosas bien mientras
observamos con horror cientos de niños durmiendo en la calle y muriéndose de
desnutrición; es más fácil y cómodo seguir fumando a escondidas marihuana que
defender públicamente su legalización; es más fácil y cómodo ejercer el
homosexualismo escondidos por temor a expresar públicamente las preferencias
sexuales; que fácil es ser conforme, negarse a pensar, razonar, cuestionar y a
no expresar nuestros ideales. Pero qué difícil es ser librepensador, escribir
lo que pensamos, defender nuestros postulados, ser vistos como parias,
peligrosos y hasta terroristas en países como Colombia, donde el asesinato del
librepensador solo conmueve a unos pocos.
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