Santiago Villarreal Cuéllar
Desde el comienzo de los diálogos de la Habana, fui optimista sobre los
resultados de dichas negociaciones. He escrito varios artículos en este diario,
no solo apoyando los diálogos, sino advirtiendo sobre las dificultades que ha
tenido y seguirán existiendo. El anuncio de las partes sobre el acuerdo en dos
puntos de la agenda, indica que hemos cogido de los cuernos esta etapa de
negociación y muy pronto celebraremos la firma de los acuerdos que
reconciliarán a todos los colombianos. Los puntos restantes son quizá los más
difíciles de negociar, específicamente el de verdad, justicia y reparación. Las
farc aceptan que hay víctimas y deben repararlas, pero tengo la certidumbre que
no se aplicará justicia en estos casos pues una guerrilla que lleva más de
cincuenta años alzada en armas, no permitirá que algunos de sus miembros salgan
de las selvas y vayan a parar a la cárcel. Aquí el gobierno debe ser flexible y
la sociedad civil debemos comprender que para llegar a una verdadera
reconciliación, también debemos perdonar. Afortunadamente este es un país de mayoría
católica y cristiana protestante, que a diario pregona perdonar los enemigos y olvidar sus ofensas. Se espera coherencia de
parte de los creyentes.
Ahora, la desmovilización y participación en política de la farc, no
significa la verdadera paz; tampoco me pareció acertada la actitud del
presidente Santos (ilusa, o demagógica) de afirmar que nos imagináramos una
Colombia sin coca; eso sería como decir que tendríamos una Colombia sin
piedras. Pero retomando el tema, para lograr una verdadera paz es necesaria una
auténtica democracia, donde los votos no se compren, ni se vendan, y se
garantice la transparencia del sistema electoral; un estatuto de oposición que garantice que no se
perseguirán los opositores como se ha hecho hasta ahora, a punta de plomo y
desapariciones forzadas; una democracia donde los campesinos no tengan que
salir a protestar para que les solucionen sus problemas estructurales; una
democracia que garantice una salud gratuita, universal y de calidad para todos los
colombianos y no unas mafias que se roban el dinero destinado para ese fin; una
democracia donde exista la seguridad alimentaria para los más pobres; una
democracia que garantice una pensión vital y universal de un salario mínimo
para cada colombiano mayor de sesenta años; una democracia donde existan unas
verdaderas instituciones de justicia, transparente, confiable y no un ente de
corrupción; una democracia que garantice la educación gratuita y de calidad,
hasta la universidad. Si apuntamos a esa verdadera democracia, estaremos
transitando por los caminos de la paz.
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