Santiago
Villarreal Cuéllar
Hace más de tres mil años, el valle de
Laboyos era una inmensa laguna. El lugar donde se asienta la ciudad de Pitalito,
estaba cubierto de aguas oscuras. Pasados los siglos, la laguna se redujo hasta
quedar sus remanentes en el lugar llamado La Coneca. Allí vivía un extraño
animal de inigualable belleza, mitad vaca, mitad pez, llamado la vaca marina. Los
terrenos secos fueron convertidos en
criaderos de ganado, surgiendo la hacienda Laboyos, que ocupaba todo el valle. En
noches de luna llena, cuando el ganado se acercaba a las riveras para abrevar,
la vaca marina salía de las profundidades, lamía las vacas y estas quedaban
preñadas, pariendo solo ejemplares hembras. Este hecho hizo que los primeros
hacendados se enriquecieran rápidamente, gracias a ese extraño milagro. La
leyenda se difundió por la región y los mayordomos se trasnochaban, aguaitando
alrededor de la laguna para ver al misterioso ser. Todo era vana esperanza
porque el animalito no salía al ver la presencia del hombre.
No obstante, una noche clara, un adolescente se
acercó a la rivera y mientras su figura se reflejaba con la luz del disco
plateado sobre las quietas aguas, la vaca marina brotó, quedando estática contemplando
con sus bellos ojos al mancebo. Este a la vez quedó paralizado al ver aquel ser
extraño, que no parecía de este mundo. El animal salió hasta la orilla y empezó
a lamer las piernas del muchacho. Su carrasposa lengua fue subiendo por arriba
de sus rodillas, hasta que llegó a los órganos genitales y se agarró de su
miembro viril. Con su boca logró que el adolescente tuviera un orgasmo. Desde
aquella noche, el muchacho no faltaba a la cita amorosa, sin importar que
hubiera o no luna llena, pues la vaca marina salía para hacerle sexo oral. El
padre del joven, extrañado de ver que su hijo se desplazaba todas las noches
hasta la laguna, decidió seguirlo y horrorizado contempló el espectáculo.
Montado en cólera, dio tremenda paliza al chico, amenazándolo de muerte si lo
volvía a ver por aquellos lares. Sin embargo, el amor y la pasión, que todo lo
puede y lo vence, hizo que el muchacho desobedeciera y a las pocas noches
regresó al encuentro. Su padre se armo de escopeta y fue en su persecución,
pero antes que llegara al lugar, la vaca huyó con el chico y atravesando el río
Magdalena, llegaron hasta la laguna de Guaytipan. Allí permanecen hasta
nuestros días en extraño romance. Dicen que en noches de luna llena, los ven haciendo
el amor sobre la superficie de las oscuras aguas.
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