Santiago
Villarreal Cuéllar
En las selvas tropicales la
Amazonía, los cazadores y exploradores encontraban sobre los playones de los
ríos, el rastro de un pie descalzo, largo y fino. Esto indicaba que se trataba
del delicado pie de una mujer. Más de un aventurero seguía el rastro, el cual
se adentraba en la maleza, continuando entre la jungla. El desafortunado nunca
regresaba. La Patasola, un espíritu de las selvas, encarnado en el cuerpo de
una mujer alta de estatura, de largas y negras cabelleras que le cubren sus
partes íntimas, solo posee una pierna. Este extraño ser, se comía los hombres
que se atrevían a acercársele y de ellos solo dejaba la osamenta triturada y
una masa espumosa de carne sanguinolenta.
El Mohán, solo ha sido visto en
las riveras del río Magdalena, que baña de Sur a Norte nuestra bella Colombia.
Es un hombre de avanzada edad, cuyas largas barbas le caen más abajo de sus
partes íntimas y le sirven como único vestido. Su cuerpo es flaco y su piel
canela; generalmente le gusta salir cuando el sol se pone y aparece sobre el
horizonte el plateado disco de la luna llena. Su blanca cabellera, brilla como
hebras de plata en las claras noches, y en sus tostados labios sostiene un
enorme tabaco, el cual chisporrotea rojas cenizas encendidas, que chirrean al
caer sobre las turbias aguas. Más de un pescador lo ha observado y creyendo que
se trata de un noble anciano, se le ha acercado, llevándose la sorpresa que al
saludarlo, lo atrapa con una gruesa red de telarañas y lo sumerge en las
profundidades del remolino.
Sin embargo, en estos tiempos
modernos de la moto-sierra, los sembradíos de coca y la exploración minera en
la Amazonía, ya la Patasola no se atreve a salir a comerse a los hombres. Con
la construcción de represas para generar energía eléctrica y la concesión del
río Magdalena a los chinos, el Mohán se marchó, antes que lo subasten a
compañías extranjeras.
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