Santiago Villarreal Cuéllar
La mayoría de teólogos de las sectas
cristianas fundamentalistas, y también de la Iglesia Católica, toman como
referente las cartas paulistas del Nuevo Testamento bíblico para afirmar que
aquellos hombres que tienen prácticas sexuales con otros hombres, no lograrán
“subir” al reino de los cielos. En efecto, en una de esas epístolas, el apóstol
Pablo dice que, “ni los mentirosos, ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni
los idólatras, ni los hombres que se echan con hombres irán al reino de los
cielos.” Pero fíjense que no solo los afeminados u/o homosexuales están condenados
a no pisar siquiera los quicios del cielo, y eso de por sí ya es un consuelo,
porque tampoco los mentirosos lo conocerán. ¿Y quién no es mentiroso en este
planeta? Pero tampoco podrán llegar los fornicarios. ¿Qué hombre desde su
adolescencia no tiene sexo con otra persona sin casarse? Vuélvanse a consolar
porque no estarán solos en el infierno. ¿Y quién no tiene ídolos para adorar?
Ni siquiera los seguidores de estas sectas pues la mayoría de ellos adoran a su
pastor y eso constituye idolatría. ¿Entonces, porqué deberían temer los hombres
que gustan de otros hombres de no poder llegar al cielo si será muchísima la gente
que no obtendrá ese premio?
Pero veamos cómo el cristianismo se parece
mucho a la legislación penal colombiana que históricamente está plagada de
armisticios, capitulaciones, amnistías, indultos, perdones y olvidos. En los
cuatro evangelios, que se supone es la misma voz de Jesús, el salvador del
mundo, habla de arrepentimiento y perdón. Es decir, si cualquier persona, así
sea en el último instante de su existencia, se arrepiente, pide perdón de
corazón, como por arte de magia será perdonado y logrará el tan anhelado cielo.
Otro consuelo más para no tener complejos de culpa por ser homosexual.
Ahora vayamos más allá de las creencias y la
fe; pongamos por un instante los pies sobre la tierra y preguntémonos: ¿Dónde
carajos queda el cielo?
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