Santiago Villarreal Cuéllar
Billones de insectos pueblan campos y ruinas
de antiguas ciudades; grandes grillos cuyas patas miden hasta tres metros y sus
ojos semejan bombillas de los desaparecidos camiones; mariposas amarillas,
rosadas, azules y verdes, parecidas a los inexistentes aviones vuelan por los
aires; ratones gigantes destruyen a su paso, montañas con sus colas; en los
ríos abrevan perros descomunales que detienen el curso de sus aguas al beber; las
amebas ahora pueden verse sin necesidad de microscopio porque crecieron
inmensamente y viven en amarillentas charcas; desde que los humanos prohibieron
el uso de fungicidas, los hongos cubren grandes extensiones de terrenos húmedos
y picos de altas montañas; las bacterias también proliferan por todas partes
dado que la penicilina y derivados fueron declarados peligrosos para la especie
animal; las cucarachas ahora parecen grandes automóviles y se pasean por todas partes,
deslumbrantes de felicidad.
Es el año 2286, y sobre la faz de la tierra la
especie humana desapareció hace más de cien años. Todo comenzó por allá en el
año 2015, cuando en una lejana y prospera ciudad del sur de Colombia, ahorcaron
un perro de una familia pudiente; las desaparecidas redes sociales, movidas por
los llamados animalistas, empezaron una campaña llamada “no al maltrato
animal;” se hicieron plantones en las principales ciudades para solidarizarse
con el perro y los demás caninos muertos, ya fuera por la mano de los
desalmados humanos, o por muerte natural; la campaña trascendió fronteras y
pronto el mundo entero se alzó contra quienes abusaban de los animales; el Papa
Francisco de la época, alcanzó a declarar mártires y santificó decenas de
perros, pero su noble gesto no bastó para detener la protesta; los parlamentos
de la mayoría de naciones eligieron congresistas a miembros de los movimientos
animalistas y pronto crearon leyes que prohibieron el sacrificio de ganado
vacuno, porcino, ovino, caballar y avícola; también se prohibió la pesca y caza
de todo animal; los humanos siguieron alimentándose de vegetales, pero pronto
los ecologistas prohibieron la destrucción e ingesta de estos. Cuando los
animales quedaron al libre albedrío, comenzaron a cruzarse las especies y
debido a mutaciones genéticas, surgieron gigantes semejantes a los dinosaurios.
El ser humano, otrora dominante y domesticador de muchas especies animales,
sucumbió a estos debido a su excesiva protección, y pronto fue devorado por
hambrientos roedores y violentos perros, como si de venganza se tratara. Las
ciudades fueron invadidas por nuevas plagas y de esas moles de hierro y cemento
no quedaron ni los recuerdos. En la mitología griega, Diomedes enseñó a comer
carne a sus caballos; un día fue devorado por ellos.
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