Santiago Villarreal Cuéllar
La mañana era soleada y los bañistas se
disponían a dar un chapuzón en las plomizas aguas del Pacífico; allí, cerca al
Morro, lugar famoso del puerto de Tumaco; de pronto, observaron dos bultos
flotando cerca del lugar; no es común encontrar objetos en estas playas, mansas
por la mañana, pero enfurecidas al anochecer; arrimaron al sitio donde flotaban
los “bultos” y la sorpresa fue grande; eran dos cadáveres correspondientes a
hombres de color, asesinados. Las muertes violentas son el pan de cada día a lo
largo y ancho de este hermoso municipio nariñense. El bello puerto se ha
convertido en un lugar inseguro y diariamente asesinan personas. Este fenómeno
no es nuevo, pero se ha intensificado en los últimos meses. En la zona rural y
específicamente en el Corregimiento de Llorente, los asesinatos se cuentan por
decenas; esto sucede desde hace más de diez años, pero también la violencia se
ha recrudecido en las últimas semanas.
Tumaco es un municipio tomado por diferentes grupos
armados. Las dos principales guerrillas, farc y eln, tienen frentes allá;
también quedaron reductos de las llamadas autodefensas, llevadas en la década
del dos mil por dudosos empresarios para despojar a humildes campesinos de sus
tierras y dedicarlas al cultivo de palma africana; y grupos para-militares,
asociados a las autodefensas, hoy conocidos como ‘los rastrojos.’ Las
autoridades legítimamente constituidas (policía, ejército, armada nacional) han
sido incapaces de contener la ola criminal. En muchas ocasiones cooperan con
grupos para-militares como sucede en otras zonas del país. Esa violencia
obedece a la marginación y olvido del estado, pero ante todo al cultivo de coca
en las calurosas selvas del Pacífico, aptas para esta planta. Además, es una
zona estratégica pues el mar está allí para llevar los cargamentos de cocaína
al exterior en buques y submarinos. Las redes mafiosas están asociadas con
carteles mexicanos para comercializar el alcaloide.
Pero es preocupante la forma como se han
recrudecido los crímenes, aplicando la desaparición de personas. Los asesinos
llevan las víctimas hasta altamar y allí las arrojan después de darles tiros de
gracia o degollarlas; amarran pesadas piedras sobre sus cuerpos para impedir
que floten sobre la superficie del agua. Los dos cuerpos encontrados hace unas
semanas hacen parte de esas desapariciones forzadas. Seguramente olvidaron atar
piedras y las olas arrastraron los cadáveres hasta la playa. También están implementando
las casas de “pique,” que consiste en destrozar los cuerpos de los asesinados,
empacarlos en sacos y dejarlos abandonados en algún lugar. En estos tiempos de
diálogos y albores de paz, debemos contribuir con estrategias para desmantelar
estas prácticas macabras.
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