Santiago Villareal Cuéllar
Dicen que el tiempo borra muchas cosas; quizá
borre parte de una montaña, o sepulte una piedra; o haga olvidar a quienes no
poseen memoria, o fingen olvidar; el tiempo puede borrar cosas materiales, pero
no borra los recuerdos; no borra la memoria; no borra el dolor, y mucho menos
ese dolor causado por la incertidumbre; el dolor causado por la espera no se
borra con el paso del tiempo; porque la esperanza es quizá el aliciente de
quienes nos resistimos a no cesar la espera. Y creo que el tiempo tampoco borra
el cargo de conciencia (si es que tienen) de quienes son determinadores de
crímenes, ni de quienes los ejecutan; el criminal que paga para que torturen,
maten, desaparezcan, o destruya vidas humanas, jamás el tiempo borrará de su
mente y su conciencia la culpa; estará allí presente, como un fantasma que lo
atormentará toda su vida; y cualquier percance que sufra ese criminal o sus
descendientes, lo adjudicará a su culpa, o su pecado, como dicen los creyentes;
el arrepentimiento religioso no será suficiente porque en el subconsciente, en
lo profundo de su ser, allá en la alambrada de la inteligencia, de esa
inteligencia que un día hizo brotar la mene reptil que impulsó sus instintos
animales para ordenar matar y destruir una vida humana, permanecerá la
compulsión culposa; y el tiempo no la borrará. Cargará con su complejo de culpa
compulsivo hasta la tumba, y como generalmente es creyente, se irá con ese
espíritu hasta el más allá; hasta el mundo desconocido de las tinieblas porque
para él no habrá luz.
Quienes tenemos familiares desaparecidos por
manos criminales, continuamos esperando; nos resistimos a conformarnos; soñamos
con nuestro ser querido; lo vemos en sueños llegando de ese viaje incierto que
un día manos criminales lo obligaron a realizar contra su voluntad; y luego
despertamos; y luego lloramos porque fue eso, solo un sueño; un bello sueño que
revivió nuestras esperanzas, pero la triste realidad nos despertó y no llegó; y
por las mañanas al levantarnos, abrimos la puerta de nuestras moradas,
escudriñando para todos lados buscando visualizar ese ser querido, pero todo es
vana esperanza; y cundo viajamos a otra ciudad, una figura humana se parece a
ese ser querido, y creemos verlo; corremos tras él, pero nos topamos con otra
persona y nos desilusionamos; y sin embargo, seguimos esperando.
Un viernes 23 de agosto de 1991, mi hermano
José Lizardo Villarreal Cuéllar fue desaparecido por manos criminales; desde entonces
espero a mi hermano; han pasado 24 años, pero me parece que fue ayer; y sigo
esperando su regreso.
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