Santiago Villarreal Cuéllar
El hijo salió por la mañana hace trece años y
no regresó; el esposo salió a rebuscarse el diario hace diez años y no volvió;
la mujer fue a la tienda el año 2004, pero no llegó, ni a la tienda, ni a su
casa; el esposo, el hijo, el yerno, y otros, fueron sacados a la fuerza de sus
humildes viviendas por encapuchados hace ocho años y nunca se volvió a saber de
ellos. La madre ve ese hijo que se llevaron hace trece años subiendo la cuesta;
llegando por la noche; lo ve tomando el metro; y por las noches, las tortuosas
noches, sueña con él viéndolo llegar, saludándolo, besándolo, bendiciéndolo;
como esta madre, todos los familiares de esos desaparecidos padecen la misma
tortura, la misma incertidumbre, la misma tragedia. Están enterrados en La
Escombrera, dicen quienes saben, pero solo manifiestan sospechas; pero los
familiares se niegan a creer; se resisten a aceptar que estén muertos; no admiten
que hayan sido sepultados bajo toneladas de escombros.
La tragedia ocurrió en la Comuna 13 de
Medellín, en la zona donde se arrojan los escombros de la mayoría de la ciudad;
cobró fama desde el año 1986, cuando las milicias guerrilleras comenzaron la
operación “limpieza,” llevando allí personas sindicadas de delincuentes; los
asesinaban y arrojaban junto a los
escombros; diez años después, serían los para-militares, los miliares, la
policía y el Das, quienes reemplazaron a los primeros para continuar la macabra
labor de llevar víctimas, asesinarlas y arrojarlas. Las autoridades civiles,
militares, eclesiásticas y todo el mundo en Medellín sabían, pero guardaban
temeroso o cómplice silencio. Se volvió voz populi amenazar a cualquiera que
ocasionara alguna molestia, con hacerlo llevar a La Escombrera. Las cifras de
desparecidos son escalofriantes; algunos estudios hablan de trescientas
víctimas; es posible que la cifra sea superior o inferior, pero el terrible
drama de las mujeres familiares víctimas de estos desaparecidos es igual; como
es el de cientos de miles de familiares que hemos padecido esta tortura de tener
un familiar desaparecido forzosamente. Ahora, por fin la Fiscalía ordenó buscar
bajo los escombros los restos humanos; otra tortura, porque al comenzar a
encontrar trozos de huesos, viene el otro drama: identificar esos restos y
entregarlos a sus adoloridas familias.
Pero el deber de la Fiscalía no es solo
encontrar restos humanos; toda la justicia debe caer sobre estos criminales,
llámese guerrilleros, para-militares, militares, policías, o cualquiera que
haya causado esta horrorosa tragedia. Estos criminales con mentalidad de reptil
deben recibir el máximo castigo tipificado en nuestra legislación penal. De lo
contrario el dolor será perpetuo.
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