Santiago Villarreal Cuéllar
Las
muchachas y muchachos de los grados decimo y once, lanzaron guiños de ojo,
señas que solo ellos entienden, y miradas cómplices. Al sonar la alarma,
salieron desordenadamente de sus salones, no obstante la advertencia de hacerlo
en fila y con calma. Para ellos, como para el resto de pequeños de diferentes
grados y colegios, fueron horas de diversión, y olvido de las aburridas clases.
Los funcionarios públicos de diferentes dependencias y entes administrativos,
también aliviaron su estrés al salir a la calle, o refugiarse en lugares de
“protección.” Bomberos, policías, miembros voluntarios de la Cruz Roja y
Defensa Civil, se movieron con destreza y orden, cumpliendo con su deber
cívico. Fue otro día de simulacros, organizado con frecuencia en todo el país,
especialmente para estar alerta ante la eventualidad de un terremoto. El estado
gasta millones de pesos, tiempo, recursos y logística, haciendo estos
simulacros. Naturalmente esas acciones son necesarias y de alguna manera pueden
mitigar un mínimo porcentaje, de ocurrir una tragedia.
Sin embargo,
soy pesimista de las virtudes de estas prevenciones y les diré por qué: el
Japón es uno de los países del mundo con el más alto grado de sismos.
Diariamente la superficie de ese archipiélago de mil cuarenta y dos islas, que
alberga 127 millones de habitantes, tiembla. La gente está en permanente estado
de alerta pues aprenden estrategias de defensa desde su gestación. Allá los
simulacros son reales y sin embargo, mueren miles de personas. Para prueba, el
tsunami ocurrido el 11 de marzo de 2011, dejó cerca de 18.000 muertos y casi
4.000 desaparecidos. Han inventado equipos, sensores, receptores eléctricos,
colocándolos a lo largo y ancho de su geografía para detectar la intensidad de
los movimientos telúricos. Poseen una alta ingeniería civil para construir
carreteras, trenes, y edificios a prueba de sismos, pero cuando estos
terremotos sobrepasan los estándares establecidos por las escalas de medición,
se derrumban.
Por otro
parte, en ninguna parte del globo, ni universidades, ni las ciencias, ni nadie
ha podido predecir cuándo ocurrirá un terremoto. Algo similar ocurre con los
volcanes; ni los más versados geólogos y vulcanólogos han logrado detectar la
hora y lugar en que ocurrirá un desastre. Curiosamente solo los perros detectan
la vecindad de un sismo. Algunos estudios, hechos justamente en Japón,
evidencian que los caninos huyen en manada de las casas cuando se acerca la
ocurrencia de un terremoto. El problema es que estos amigos del hombre lo
hacen, unas veces faltando cuatro días, otras dos, y en algunos casos a solo
horas de ocurrir la tragedia.
0 comentarios:
Publicar un comentario