Santiago Villarreal Cuéllar
¿Usa usted
teléfono móvil, o celular? ¿Diariamente lo mantiene prendido, incluso de noche?
¿Lo carga diario sobre su cuerpo, lo coloca debajo de su almohada, o en el
nochero? ¿Chatea y envía mensajes permanentemente? ¿Se distrae con frecuencia
en el trabajo atendiendo el celular, enviando o respondiendo mensajes? ¿Merodea
con frecuencia sitios donde venden celulares, averiguando el último modelo del
mercado? ¿Deja de comprar lo necesario por pagar la factura de su móvil?
¿Utiliza el celular para hablar largo rato? ¿Habla por celular cuando conduce
carro, moto, o bicicleta? ¿Cree que los celulares son indispensables e
imprescindibles? ¿Cree que sin celular no se podría vivir? ¿Cuándo pierde su
móvil o no hay señal, entra usted en depresión?
Si respondió
afirmativamente, por lo menos siete de estas preguntas, lamento decirle que
está enfermo, o enferma. Está sufriendo de una dolencia psicosomática llamada
compulsión, o adicción al celular. El equipo en sí, o la señal de células
electromagnéticas por las cuales se emite y recibe la señal de los móviles, no
se ha comprobado que cause alguna enfermedad. Pero el uso permanente y sin
control de este elemento, sí causa adicción, y como cualquier otra compulsión
necesita de tratamiento psicológico, o hasta psiquiátrico para mitigar esta
dolencia.
Es común ver
adultos y niños, absorbidos por este pequeño artefacto. Permanecen extasiados,
hipnotizados, enviando o recibiendo mensajes. Estos equipos se han convertido
en una entelequia para las personas que solo se comunican por este medio,
creando más deshumanización e individualización en los humanos. Lo más triste
es que las personas compulsivas a estos aparatos no prestan atención a nadie,
ni cumplen sus deberes laborales por atender esa nueva personificación. Amas de
casa, obreros, empleados públicos y privados, chatean a cada instante. Muchos
funcionarios públicos no atienden bien los usuarios por estar pendientes del
móvil. Hasta los policías los ve uno en la calle, en pleno servicio, distraídos
enviando o recibiendo mensajes, descuidando su deber patriótico. Como dicen en
el Chapulín Colorado: y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?
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