Santiago
Villarreal Cuéllar
La
derecha colombiana ha utilizado toda clase de estrategias
maquiavélicas durante toda la historia para mantenerse en el poder y
conservar sus privilegios. Desde la llamada independencia, dividió
la nación entre santanderistas y bolivarianos, naciendo así los dos
partidos tradicionales, liberal y conservador, que han dominado al
país durante casi dos siglos. Cientos de miles de colombianos de
abajo, desangraron la nación en guerras partidistas, mientras los
jefes y caudillos firmaban armisticios, abrazándose en lujosos
salones.
La
última batalla partidista la libró el pueblo fanatizado en la
década del cincuenta del siglo pasado, y el conservatismo asustado
puso en el poder a un militar (Gustavo Rojas Pinilla), quien abrazó
ideales progresistas y comenzó a dar al pueblo dadivas que
incomodaron la derecha oligárquica. Esta utilizó entonces el
lenguaje con el que califican los gobiernos que se colocan del lado
del pueblo: populista y dictador. Fue preciso invocar la solidaridad
de la Iglesia Católica, el otro puntal de la derecha, y convocar al
pueblo para protestar. El 13 de mayo de 1957, derrocaron a Rojas, y
Lleras Camargo traía consigo la fórmula recetada por el Pentágono:
crearon el frente nacional, cerrando toda oposición política y se
alternaron el poder durante 16 años, repartiéndose la torta
burocrática milimétricamente, y claro está, todos los contratos
del estado. El 19 de abril de 1970, el terror sacudió la derecha
pues el ex presidente Gustavo Rojas ganó las elecciones
presidenciales. Fue necesario acudir a una práctica muy común
aplicada en otros asuntos: robar. Y le robaron las elecciones, no a
Rojas, sino al pueblo soberano.
En
las elecciones presidenciales de 1986, el candidato de la
izquierdista Unión Patriótica, colocó más de 300 mil votos. Fue
tanto el pánico de la derecha, que nuevamente recurrieron al
asesinato. El país conoce el macabro genocidio contra los militantes
de ese movimiento. En la década del dos mil, el Polo Democrático
comenzó un lento avance electoral, ganando la alcaldía de Bogotá.
Esta vez la derecha utilizó otro ardid: inoculó el veneno de la
corrupción al alcalde Samuel Moreno, y este cayó en sus garras. Lo
demás el país lo conoce.
Sin
un partido de oposición fuerte, era preciso crear uno, y así lo
vienen haciendo. El ex presidente Uribe, fingiendo ser opositor,
funda el puro centro democrático para recoger la inconformidad del
pueblo, y este se está comiendo el cuento. Vamos a ver a Uribe unido
con el decadente partido conservador, y a Santos con los remanentes
del liberalismo, mientras la izquierda atomizada continúa siendo un
simple espectador.
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