Santiago
Villarreal Cuéllar
Nos
tiene cansados el gobierno a través del presidente, sus ministros
del Interior, Defensa, jefes de Policía y los voceros del régimen,
con el disco rayado de que la guerrilla es la responsable de los
justos paros realizados por cientos de miles de colombianos, que solo
encuentran en las vías de hecho la única forma de hacerse escuchar.
Porque en este país ni los representantes y senadores, se apersonan
de las necesidades de las mayorías que continúan en condiciones
miserables y se ven abocados a realizar protestas pacíficas para
hacer sus justos reclamos. Sucedió con las protestas indígenas del
Cauca, recientemente con el paro cafetero y ahora con las protestas
campesinas de la región del Catatumbo en Norte de Santander; todas
esas protestas, según el gobierno, fueron y son infiltradas por la
guerrilla.
Cuando
uno viaja por las carreteras de Ocaña, Tibú y otras regiones
norte-santandereanas, observa que allí los años no han pasado; son
trochas, como lo son las carreteras que comunican municipios de los
departamentos de la Costa Norte, Chocó, Nariño, Caquetá, Putumayo,
Guaviare, Meta y otras zonas geográficas, no obstante en muchas de
ellas poseer pozos petroleros que saquean multinacionales
extranjeras. Los campesinos pobres de Colombia, que son la mayoría,
están cansados de seguir aguantando hambre, mientras billones de
pesos se los roban los carruseles de la contratación, o se entregan
a encumbradas familias como lo hizo el gobierno de Uribe con Agro
Ingreso Seguro; o se reparten a los productores de caña en forma de
subsidios para producir biocombustible. Cientos de familias
campesinas se ven en la penosa necesidad de cultivar coca para poder
sobrevivir. La respuesta del gobierno es mandar a fumigar con
herbicidas, acabando con los cultivos de plátano, yuca y demás
alimentos, además de destruir la flora y fauna de inmensas regiones
selváticas.
Hace
muchos años el campesinado colombiano viene solicitando por las vías
legales, solución a su problemática, pero el régimen no hace nada
para resolver sus peticiones. El paro de la región del Catatumbo es
justo y necesario, pero la respuesta del gobierno ha sido violenta:
cuatro muertos. Estos campesinos, de rostros tostados por el sol, con
manos encallecidas de labrar la tierra, quedaron mirando
sorprendidos, como otros colombianos, portando fusiles entregados por
el establecimiento, comprados con el dinero que ellos mismos pagaron
con sus impuestos, dispararon las balas asesinas que segaron sus
vidas. Quizá estas cuatro almas descansen para siempre, liberándose
de una vida miserable, pero los otros cientos de miles curtidos
campesinos, esperan una solución definitiva. Ojalá no sea la
muerte.
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