Santiago
Villarreal Cuéllar
En 1997 visité Venezuela en
plena expansión de las políticas sociales del presidente Hugo
Chávez. Estaba en su apogeo la Operación Milagro, consistente en
realizar tratamientos quirúrgicos gratuitos a invidentes para
devolverles la visión. En el municipio los Téquez, vecino a la
capital, doña Zóila Hernández fue llevada a cuba para operarle
ambas vistas. Hacía veinte años era invidente y no obstante visitar
consultorios oftalmológicos de Caracas, ningún médico le había
dado esperanzas. A sus setenta y dos años volvió a ver gracias a la
Operación Milagro. Doña Zóila posee un cuadro inmenso del
presidente Chávez, y diariamente mantiene prendido un enrome velón
de esperma. Para ella Chávez es un santo. Al igual que doña Zóila,
cintos de miles de venezolanos le prenden velas al comandante y rezan
por el. En los hogares venezolanos siempre se encuentra un cuadro del
libertador Simón Bolívar, pero desde la llegada de Chávez al
poder, la foto del presidente se agregó a la de Bolívar, en la
mayoría de residencias.
El presidente Chávez ya estaba
canonizado desde antes de morir. Ocupaba un lugar en los altares,
donde no falta la estatua de José Gregorio Hernández Cisneros y de
la negra María Lionza, dos santos venezolanos que la Iglesia
Católica nunca ha querido canonizar ( ni lo hará jamás), pero que
el pueblo cristiano creyente los considera santos porque así lo ha
querido. Ya hemos visto desfilar a millones de venezolanos frente al
féretro del presidente fallecido y el derramamiento de lágrimas de
hombres y mujeres como nunca se había visto en este país, ni en
ningún otro. Lo que se avecina es aun más interesante, porque no
solamente Hugo Chávez pasará a ser otro santo más del pueblo, sino
que ese precedente perpetuará a quienes continúen con su legado, en
este caso Nicolás Maduro, quien será ungido por ese pueblo el
próximo 14 de abril. No es gratuita esa devoción al mandatario. Él
se ganó ese lugar en las mentes, corazones y altares venezolanos,
sembrando las ganancias del petroleo en el bienestar de su pueblo.
Venezuela nunca volverá a ser igual después de Chávez, porque él
devolvió la esperanza a esa nación que fue gobernada por una
burguesía inmisericorde, que se robó los recursos del petroleo y
durante decenios no hizo nada para remediar los problemas
estructurales. Gracias a Chávez, la pobreza disminuyó en un 40%,
cifras certificadas por la CEPAL; los niveles de analfabetismo
disminuyeron a cero, en cifras reconocidas por la ONU. ¿Qué más
puede hacer un pueblo agradecido con un presidente generoso y
benevolente? ¡Pues canonizarlo!
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