Santiago
Villarreal Cuéllar
Según las leyendas de los druidas
del norte de Europa, lo mismo que los aztecas, toltecas, mayas, chibchas e
incas, los árboles, arbustos y hierbas, poseen un espíritu elemental. Dicho de
otra forma, cada vegetal posee una especie de alma en su parte interna, la cual
es invisible para el ojo humano. Solo los clarividentes pueden ver esos
espíritus elementales, que son diferentes de acuerdo a la planta, árbol, o
hierba. De allí que aquellos aborígenes utilizaron vegetales para tratar
diversas enfermedades, pero ellos no creían en las substancias que podrían
tener aquellas plantas, sino que pedían al espíritu elemental para que curara
la dolencia del enfermo. Esta práctica todavía se conserva en algunas tribus
del Amazonas, Indonesia y Nueva Guinea.
Las hojas de cada árbol, lo mismo
que aquellas producidas por la maleza de los bosques al desprenderse del tallo,
también forma otra especie de espíritu elemental, según las mencionadas
leyendas. Esa hojarasca que se esparce sobre la superficie de los bosques, se fusiona
y crea un espíritu llamado el Hojarasquín del monte. El Hojarasquín puede tomar
diferentes formas de acuerdo al clima, fauna y flora de la región donde resida.
Puede aparecer en forma de una serpiente, un ave, un mamífero, o convertirse en
un gigantesco árbol. Pero también puede tomar la forma de un fantasma o
monstruo horrible que asusta a quienes logran verlo. Muchos cazadores o
aserradores de los frondosos bosques amazónicos, lo han visto tomar forma, y
presas del pánico han huido de esos lugares. Otros se han sentado a descansar
en un grueso tronco seco, a veces en estado de descomposición, y este empieza a
moverse hasta arrastrarlos a la espesura de la selva. Lo confunden con
gigantescas boas o anacondas. Sin embargo, el Hojarasquín del monte no es un
espíritu peligroso, ni se come los
humanos como aseguran algunos. Solo se dedica a cuidar los bosques y asustar
aquellos intrusos que se internan en las selvas vírgenes para usurpar sus
bienes.
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