Santiago Villarreal Cuéllar
Los bramidos
emitidos se asimilaban al de esos toros prietos llamando la manada para impedir
el desvío de la vacada. Solo que en esas lejanas épocas no existía ganado
vacuno en las estribaciones del Macizo colombiano, y cuando se escuchaba el
terrible ruido, los aborígenes habitantes de las orillas del río Yuma
(Magdalena) sabían muy bien de quien se trataba. Era el llanto del Guáimaro,
buscando algún humano en las oscuras aguas, quizá un pescador desprevenido, o alguien
bañándose en la oscuridad de la noche. El Guáimaro, espíritu tenebroso del Alto
Yuma, se alimentaba de carne humana, y si era joven mucho mejor, y si ese cuerpo
joven era de sexo femenino, el depredador gritaba feliz, dando gracias a los
dioses de las tinieblas por permitir ese manjar exquisito que fortalecía su
horroroso cuerpo, solo visto por unos pocos aborígenes que sobrevivieron
milagrosamente para describir esa figura del más allá, del “otro lado,” de la
Cuarta Dimensión Extrasensorial, como dirían siglos después los gnósticos y
masones.
El Guáimaro se
paseaba por el lecho del río, desde el lugar de origen hasta más allá del sitio
llamado Pericongo, lugar de misterios, de muerte y sacrificios humanos, que aun
hasta hace unos años fue el escenario de verdugos que torturaban a sus víctimas
y luego los asesinaban, arrojándolos al abismo, convirtiéndolo así en
cementerio de humanos anónimos.
Pero el tenebroso
depredador también fue conocido en algunos países centroamericanos. En los
densos bosques de Costa Rica, las selvas del norte de Guatemala y los húmedos
rastrojos de los estados sureños de México, muchos abuelos cuentan el
avistamiento de este terrible fantasma. Algunos recuerdan cómo de sus
malolientes y arrugadas fauces, destilaban gruesos chorros viscosos, mitad
saliva, mitad sangre humana. Con la llegada del invasor español, el Guáimaro
alcanzó a probar algunos bocados de carne Ibérica, pero nunca llegó a comer
todo el cuerpo de los intrusos. Parece que esa carne extranjera no era tan
exquisita como la aborigen.
0 comentarios:
Publicar un comentario