Santiago Villarreal Cuéllar
Pisos de mármol con imágenes grabadas en bajo
relieve; cortinas rojas en fina tela de satín; esculturas elaboradas imitando
al Lucifer pintado en la época del Renacimiento, inspiradas por pintores europeos
que leyeron admirados La Divina Comedia de Dante Alighieri; cruces hacia abajo
y una gran cantidad de símbolos tomados de diferentes culturas exotéricas y
esotéricas, como la masonería, rosacruces, gnósticos y antiguos cultos celtas,
adoradores del dios Wotan, que aún se conserva en varios países europeos,
particularmente en las naciones escandinavas. Todos esos elementos hacen parte
de la llamada Iglesia Luciferiana Semillas de Luz, construida por el empresario
Damián Rozo en zona rural de Calarcá Quindío. No es la única en Colombia, como sensacionalmente
dice la prensa, ni creo que este señor tenga pactos con el diablo como afirma en
sus declaraciones. La parafernalia de su templo, construido entre otras cosas
sin la respectiva licencia expedida por Planeación, y sus fantásticos relatos,
dignos de los cuentos de Las Mil y Una Noches, es para niños y adolescentes inocentes,
o para gente ingenua. Pero para quienes hace muchos años estudiamos las
diferentes culturas de la humanidad, la historia, literatura, filosofía y
antropología, se trata simplemente de una alegoría o una mescla de religión y
filosofías antiguas, sin forma doctrinaria. Sin exagerar, esa extraña
mescolanza raya con la charlatanería y está lejos de ser una secta mal llamada
satánica, como las existentes en Europa, Estados Unidos y sus ramificaciones en
América Latina, y Colombia. Las denominadas sectas satánicas son simples
centros de adoración a cultos ancestrales celtas, con su simbología nórdica
hiperbórea, la cruz esvástica levórica y sus runas. Como estos símbolos son
desconocidos en nuestras cultura cristiana, cuando las vieron por primera vez fueron
calificadas de satánicas. Algo parecido a lo sucedido hace varios siglos con
los masones, quienes fueron tildados de ateos y diabólicos.
Particularmente pienso que esta iglesia
luciferiana fue construida por su propietario con fines turísticos y no
religiosos, pues a nadie se le ocurre adorar a lucifer. Los habitantes de estas
hermosas regiones del eje cafetero son muy creativos y desde hace tres décadas
se propusieron convertir esa rica zona en un atractivo turístico. Y me parece
muy bien que inventen todas las fantasías posibles para atraer gente a su
región. Pienso que nuestros pueblos deben seguir ese ejemplo emprendedor hacia
el turismo, que constituye una de las mejores fuentes de ingreso para los
habitantes de una zona geográfica en particular. Ahora, en el supuesto que
fuera una secta o culto, están en su derecho pues nuestra constitución ampara el
derecho a la libertad de conciencia.
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