Santiago Villareal Cuéllar
Gruesas bocanadas de humo blanquecino brotan por boca y nariz del hippie,
mientras recoge su melena; el olor del humo es particular: marihuana; debajo del
puente de cualquier ciudad, un desarrapado da los últimos chupones a una
colilla, que antes fue cigarrillo, pero se acondicionó para introducir residuos
de cocaína (bazuco); en una esquina abandonada un adolescente, marginado por su
familia, el estado y la sociedad indolente, respira con su nariz metida en un
frasco que contiene una substancia pegante; en una oficina ejecutiva, el
empresario absorbe clorhidrato de cocaína de excelente calidad mientras sus
ojos y nariz se tornan rojos; el joven estudiante fuma un cigarrillo, que ni
siquiera sabe cómo cogerlo; en la fiesta de cumpleaños de Tirso, este bebe
aguardiente, ron, cerveza y hasta whisky de buena calidad; Amalia toma muy a
las seis de la mañana su primera tableta de anti-pertensivo; ritual que repite
a las seis de la tarde todos los días; Mateo también toma insulina oral para
mantener su nivel de azúcar bajo; padece diabetes.
Según la psiquiatría, todos los pacientes enumerados anteriormente
corresponden a alguna patología. Unos son enfermos psicosomáticos, otros son
compulsivos y algunos son adictos potenciales debido al padecimiento de una
enfermedad crónica. Sin embargo, nuestra sociedad clasista, hipócrita y en
muchos casos ignorante, cree que solo son drogadictos aquellos desgraciados que
consumen marihuana, bazuco y pegante. La cocaína corresponde a un estrato
social más alto y no es tan mal vista. El cigarrillo, aunque todo el mundo
sabe, es perjudicial para la salud, no causa demasiada repulsión. “Lo fumo para
calmar los nervios,” dice un señor ansioso. Para esta sociedad mojigata el
alcohol es perfectamente normal. “No ve que hasta Jesucristo consumió y
multiplicó el vino,” afirma una señora ya entrada en tragos. Y las grageas que
a diario consumimos para tratar nuestras enfermedades, son prescritas por el médico.
Somos drogadictos por cuenta de una medicina que no ha descubierto, ni las
causas de la enfermedad, ni mucho menos la curación.
La inmensa mayoría de seres humanos tenemos algún tipo de adicción, y como
consecuencia somos drogadictos. Eso sin contar las compulsiones, al juego, a la
religiosidad y otras patologías que aunque parecen sencillas no dejan de ser
eso, enfermedades mentales. Pero nos creemos las, o los súper, con capacidad
para criticar, fiscalizar y juzgar otros seres humanos por sus adicciones.
Razón tenían algunos filósofos griegos cuando catalogaban al hombre como el ser
más peligroso de las especies vivas. No obstante, los humanos seguimos siendo los
seres más maravillosos existentes en este planeta.
1 comentarios:
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